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COMO LLEGAR: 

 

Tan solo a una cuadra de la histórica Plaza San Martín, a setenta y cinco metros del Queirolo y media cuadra de la Plaza de Francia, en Jirón Camana 949, Cercado. Lima.

 

 

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ARTÍCULO por Torre Cuadrada

 

Se trata de un bar con pista de baile. Por las noches y ciertos días de la semana normalmente fines de semana funciona como un Pub, y en las mañanas y por las tardes como restaurante.

 

 Esta frecuentado por un público variopinto y a veces por chicos con aspecto de reclutas del ejército (cachaquitos), de aquí su mala fama ya que se atribuye a este tipo de chicos como prostitutos y ladrones. (fletes y choros.)

 

 El local no esta nada mal, en la pista de baile tiene una pantalla grande de televisión incluso tiene escenario donde suelen hacer los shows.

 

 Normalmente sirven cervezas (chelas) aunque puedes pedir otra bebida (tragos). El coste de la bebida es bastante barata.

 

Se ha escrito mucha miseria sobre este local, pero realmente hay que andar con cuidado en todos los sitios ya que existen ladrones y prostitutos en todos lugares y siempre tienes que ir con "cuatro ojos". Incluso en las discotecas de Miraflores hay chicos con rostro angelical que han sedado a turistas y les han robado todas sus pertenencias de la habitación.

Al menos vas prevenido, sabes que andas en un local donde la ubicación es muy peligrosa y que posiblemente al estar en el centro y cerca de la plaza de San Martín pueda existir algún prostituto o chicos que buscan apropiarse de lo ajeno.

 

Yo soy turista, estuve allí con un amigo y no tuve ningún problema. Los de seguridad te hacen el pertinente registro como en toda discoteca y nada más. El problema puede estar a la salida si no encuentras ningún taxi y tienes que andar hasta alguna avenida, pero yo siempre recomiendo en estos lugares y a ser posible en todos, que llames a una empresa de servicio de taxis, irán a recogerte con la mayor seguridad.

 

 

ARTÍCULO por JORGE ALBERTO

 

CHAVEZ REYES

 

ÁNGELES

 

Y

 

“CACHAQUITOS”

 

 

Por Jorge Alberto Chávez Reyes

 

“La Jarrita” es un bar en el centro de Lima donde acuden hombres que buscan el amor, o por lo menos, el sexo con otros hombres. Los personajes en esta representación pueden ser jóvenes estudiantes o trabajadores de apariencia casi angelical o tener la apariencia de rudos machos con corte militar.

 

 ¿Se trata de prostitución o de qué?

 

 En este juego nocturno ¿quienes son las presas y quienes los predadores?

 

 Ángel tiene 20 años, trabaja en una cabina de Internet cercana la Universidad Nacional del Callao. Su día laboral empieza las 11 de la mañana y termina a las 9 de la noche, de lunes a sábado. El suyo no es un trabajo difícil pero puede ser muy rutinario. Tres veces por semana además Ángel estudia inglés en el ICPNA de Miraflores y en esos días se levanta más temprano, para llegar a clase a las 8 a.m.

 

 Andrés tiene 19 años, trabaja en una tienda que vende aceite, baterías y otros accesorios para automóviles en San Juan de Lurigancho. Se levanta temprano para estar allí cada mañana a las 8 , regresa a su casa para almorzar a la 1, vuelve a la tienda las 2 y a las 7 de la noche, por lo general ya está libre. De 8 a 10 de la noche estudia Computación en un instituto de la Av. Wilson.

 

 Ambos son amigos, se conocieron hace poco más de un año en “La Jarrita”

 

 Es sábado, son casi las 12 de la noche. La Plaza San Martín, el Jirón Quilca y los alrededores están llenos de gente. Las figuras de cientos de hombres y algunas mujeres se entrecruzan en el claroscuro ámbar que los faroles de yodo proyectan.

 

 Desde la esquina del Queirolo, entre Quilca y Camaná, avanzo con rumbo a la Plaza Francia. A mitad de la cuadra entro por un portón que me lleva a un zaguán típico de solar antiguo y de allí a una sala grande en donde funciona el bar conocido como “La Jarrita”. Escucho música de Olga Tañón y veo que la mayoría de mesas esta ocupada por parejas o grupos que comparten el líquido ambarino ligeramente traslucido que los mozos reparten en jarritas de plástico de un litro y mediO.

 

 Miro al alrededor y veo a Ángel en una mesa, con Andrés. Me pasan la voz. Me acerco, jalo una silla y me siento.

 

 Los dos chicos se ven distintos a como los conocí hace unos días, luego de haber hecho contacto por el chat. A pesar que hace frío, Ángel viste un polo sin mangas y un jean (pantalón vaquero) azul. Andrés lleva puesto un “bvd” blanco y un pantalón con camuflaje militar. El mozo se acerca y pido un par de cervezas, prefiero no arriesgarme a probar el líquido ambarino. Empezamos a hablar.

 

Ambos me cuentan un poco sobre el local en el que estamos. Gracias a ellos voy descubriendo las dinámicas que allí se dan.

 

A un lado, parados cerca de la pared hay unos 15 o 20 muchachos, todos con el pelo rapado y vestidos de manera similar: pantalones holgados, con bolsillos a los lados, camiseta blanca de algodón y, en muchos casos una gorra que no deja notar hacia donde están mirando. Muchos llevan cadenas con cruces o rosarios en el cuello. Casi todos tienen tatuajes en el brazo. Esos chicos son los “cachaquitos”, la razón por la cual el público gay y travesti de Lima acude a “La Jarrita”.

 

Los “cachaquitos” son muchachos que pertenecen al ejercito, que están haciendo su servicio militar. En realidad no todos, ya que algunos son vigilantes particulares o realizan otro trabajo o son desempleados. Lo que importa para ser un “cachaquito” es más bien la apariencia y, creo yo, sobre todo la actitud.

 

Desde mi mesa observo el ritual. Un grupo de hombres gay, por lo general de treinta años o más, llega al bar, ocupan una mesa, piden algunas cervezas. Empiezan a mirar a los “cachaquitos” y a hacer contacto visual. Uno, dos o más se acercan a la mesa y se incorporan al grupo. Las botellas de un litro llegan y se vacían con rapidez.

 

Luego de un rato es ya obvio que cada uno de los de pelo rapado ha intimado con uno de lo hombres mayores. ¿Quién es la presa y quién el predador?.Difícil decirlo pero un poco después, ya emparejados, se levantan de la mesa, se dirigen a un salón contiguo y empiezan a bailar.

 

Decenas de cuerpos se mueven en la semipenumbra, al compás de una mezcla ecléctica de Kylie Minogue y “La Gasolina”. Ángel y Andrés ya han tomado dos cervezas cada uno y se notan inquietos. Ángel me mira como esperando que diga o haga algo. También Andrés.

 

Quiero ver lo que ocurre en la pista de baile así que decido que lo mejor es salir a bailar. Se lo pido a Ángel. Noto una sonrisa de triunfo en su rostro cuando se levanta de la mesa y Andrés se queda allí sentado.

 

A mi lado baila una pareja formada por un hombre de unos 40 años, blanco, con apariencia de ser un profesional, quizás un profesor de universidad y por un chico de menos de 20 años, alto, delgado, trigueño. La mano del “profesor” acaricia primero el brazo moreno y fibroso, luego se acerca y apoya la cabeza sobre el pecho cuya forma se adivina bajo la camiseta húmeda. Noto que el muchacho baja el cierre de su pantalón y coloca la mano de su acompañante sobre su entrepierna.

 

Ángel, como yo, ha estado observando lo que pasa y de pronto nuestras miradas se cruzan. Me sonríe, yo también. Empezamos a bailar más cerca, llevo mis manos a su cintura y el coloca sus brazos alrededor de mi cuello.... Veo que en la mesa donde dejamos a Andrés ahora hay un hombre mayor que ha llegado con una botella de cerveza...